miércoles, 12 de agosto de 2020

Blue goat 19

 Eran las tres y media de la tarde, había tenido la infeliz idea de dar un paseíto al perro y tomar un aperitivo en una taberna griega en el barrio de Oberkassel, en el este de Düsseldorf, volvía de semejante hazaña buscando la sombra aunque tuviera que dar vueltas. 

Al atravesar un parque, el aire detenido y espeso, vi un grupo de cuervos inmóviles –los hermosos cuervos alemanes--, como esos que ponen en las esquinas de los balcones para espantar a las palomas. Estos estaban sobre la hierba, aún verde en ese rincón, inmóviles y con los picos abiertos a lo que daba el pico. Sobreviviendo. 

Ni ellos ni yo estamos acostumbrados a estos extremos climáticos, los nativos mientras tanto continúan impertérritos pedaleando o haciendo footing, como sí no pasara nada las madres sacan a sus hijitos al parque. Las criaturas se desgañitan en llanto según se fríen. El sol es tan intenso –aquí la capa de ozono es menos densa—que los tomates sufren quemaduras antes de madurar y hay que protegerlos con más celo que en Castilla. 


Conseguí llegar hasta la casa sin desmayarme, me metí en una bañera de agua fría y agradecí aquél refrigerio como aquél oso blanco que teníamos en el Retiro bajo la cortina continúa de una ducha de agua helada. Pobre oso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario