miércoles, 2 de septiembre de 2020

Blue Goat 24

 La cabritilla azul emprendió el regreso.

  Tras un viaje que atravesó Europa en un momento extraño para sus gentes, un virus extendido por todos los países imponía medidas de alejamiento entre los cuerpos, horas de entrada a los museos, máscaras a los ocupantes de los tranvías. Aún así, Blue Goat cruzó las fronteras con la facilidad de un lápiz sobre el mapa, ningún obstáculo en su ruta. Ningún problema en su mecánica. Era su viaje de estreno, recién salida del concesionario, y ¡casi se hace todo el rodaje! ¡Menuda cabra!, ya le he visto tirar para el monte, rodar alegre en cuanto tuerce a un camino. Por eso, la vuelta fue por carreteras secundarias, atravesando los bosques de Francia. Los viejos bosques, ¡tan vivos!, cercanos a la frontera con Luxemburgo, altos árboles en terrenos de pizarras donde viven los osos y los niños miran al fuego, cuando es la hora de los cuentos, bajo tejados grises. Los nuevos bosques de las Landas con árboles para papel, menos mal que también, a la orilla del Atlántico, sujetando las dunas, hay pinos expertos en enmarañar la fluida arena. 

Perdiéndose. Encontró una señal en un crucero, se acercó a la puerta de una floresta habitada por seres no visibles, callejeó por calles medievales con casas como de caja de chocolates, se perdió en el laberinto verde del macizo central, encontró castillos y estanquitos donde un aviso de otoño posaba pequeñas hojas amarillas.

Volvía victoriosa, empapada de historias, cansada...

Paró a repostar, un campo de girasoles encrespaban sus hojas como picos verdes rígidos ante el sol del poniente. Habíamos llegado... o casi.

sábado, 29 de agosto de 2020

Blue Goat 23

 Que la vida es como un río es un tópico utilizado sin descanso a lo largo de generaciones de filosofas y escritoras. No por eso se gasta el tópico que, como el agua, siempre se renueva y no te bañaras dos veces… Aún así, tengo que decirlo: siento el río de la vida discurrir. Ya no es arroyo impetuoso amante de granitos ni cascada perdida en cañones calizos. Hubo momentos de planicie y hastío donde las aguas calmas se perdían en charcos, cañaverales y pantanos,  como en el Danubio, inmenso en los llanos de la baja Austria. Sí hay un río largo que cruza Europa ese es el Danubio, frontera y puente, bisagra del oriente y occidente europeo. Cauce poderoso con densas aguas, oscuras bajo los puentes –records de ingeniería—que cruzamos repetidas veces a lo largo del recorrido. Dicen que lleva música. Como la vida , repleto. De los Alpes al mar Negro, tras ceñirse diez banderas, impresionante, emperador del continente, historia más allá de la historia, agua como la vida, principal arteria por donde subieran las sucesivas oleadas de homínidos.



 Y remontando, voy dando en pensar que también la evolución de la humanidad es como un río y que aquí, próxima a las lomas donde se asentaría Viena, donde el Danubio se reparte en brazos verdes, se deshilacha, se junta de nuevo en artísticos meandros, en rizos modernistas; ahí, a los pies de María Schiff, se dividían también los grupos del género homo, llegados desde lo que hoy es Palestina, o debería ser. Repartiendo el territorio entre las dos orillas; entonces aún, con espacio en abundancia; aún, minúsculos los grupos, frágiles, buscando refugio y alimento en lo lacustre; aventura y caza en las riberas por explorar. Cuando aprendíamos a hablar, con toda probabilidad, cantando. El río, la especie, mi propia vida, todo es fluir y hacer ruido.


sábado, 22 de agosto de 2020

Blue Goat 22

 La tarde de tan pesada y caliente me ha empujado a la orilla del río. Me tumbo en una de las playas de arena que la corriente forma, frente a mí una bandada de gansos canadienses que también deben andar amodorrados porque apenas se han movido con mi presencia, buscan refugio en una pequeña loma cubierta de verde, como sí temieran una crecida de las erizadas aguas, hoy verde grises con tremor de tormenta.

Así tumbada, recuerdo cuando estuvimos paseando por los senderos sencillos de los Alpes austríacos. Me llamó la atención la falta de mosquitos, también de lagartijas, u otro ofidio o reptil del que al menos se sospechara en un sonido de algo escondido en la hojarasca. Tampoco había pájaros o aves. Alguna mariposa, alguna mosca; creo recordar que fotografié a una araña. El motivo de esta desaparición de seres lo ignoro, aunque constato que cada año percibo su decrecimiento, claro, no tan acusado como en aquél paseo por un parque natural en un paraje casi virgen. Me extrañó, ¿serían los insecticidas?, ¿el cambio de clima? 


Los seres pequeños alimentan a los más grandes, por ello, a la ausencia de mosquitos justifiqué la ausencia de aves y lagartos. Van desapareciendo piezas del puzzle magnífico que ha conformado el alrededor de mi vida. ¿Y los mosquitos, a quién se comerían? Seguramente a seres más reducidos, a amebas, plasmodios, bacterias…Todo como un engranaje en el que ahora falta la pieza mosquito, desaparecen los devoradores y con toda probabilidad se multipliquen los devorados.

Las primeras gotas me obligan a levantarme del discurrir de la siesta ¡Qué ahora, en estas latitudes, se preparan unas lluvias monzónicas que te calan en un santiamén!


martes, 18 de agosto de 2020

Blue Goat 21

 La tarde, de siesta pesada y agostera, no impidió la cita con el río. Su agua se deslizaba en láminas de plata engañosas, tensas y alisadas frente a los gansos inquietos. Las bandadas de gaviotas iban de aquí para allá sin encontrar certeza en ninguna orilla. Hice algunas fotos, a la faz del río, al alargado cuello de las ánades, al contraluz de la horizontal de la ribera con esas volutas sugerentes y sin interrupción, perdidos los distintos verdes en el forzado objetivo de la cámara.


 Se levantó una nube grande, desvaída, de tinte amarillento, como abrazándose al aire aún caliente --apartando los cúmulos que la habían precedido. Se levantó cómo un gigante que poco a poco se estira tras dormir la siesta y brama de placer en un mundo que es sólo suyo; se tintó la bajura de grises densos, ramalazos de lluvia aún lejanos. 

Podrías apartar la tormenta— me dice H. –todavía quedan tomates por recoger.

Sacudo el brazo como despejando el monumental coloso que se abalanza y sólo consigo agitar una  ráfaga que sacude las ramas de los álamos del fondo del huerto, espantando unos cuervos que habían buscado allí refugio. En la algarabía de las aves se arremolinan las primeras gotas. A continuación la tormenta descarga arrebujada de voces y relámpagos. Cometiendo todas las imprudencias, escapamos hasta dar con nuestros seres ya escaldados en el hangar del club de piragüismo.

Esto es una señal —me digo—, el río me está esperando.


jueves, 13 de agosto de 2020

Blue Goat 20

 La eficacia me tiene de los nervios. Eficiencia lo llamaba una tal Maite, al final de los ochenta, cuando todavía éramos inocentes y creíamos en el resultado del esfuerzo propio; y vaya sí era eficiente la muchacha que consiguió hacerse con la verga más prometedora del grupo. Por aquél entonces o quizá diez años más tarde, recuerdo otro ejemplo de como la eficacia puede ser peligrosa. Andaba yo de pueblo en pueblo, de casa en casa –era más conveniente atender en los domicilios ya que las tenadas que hacían las veces de consultorio local no eran adecuadas ni para las bestias (dejadez de la administración que prefería gastarse los cuartos en renovar sofás en el despacho del delegado de turno). O sea, que iba de cocina en cocina, el sitio caliente en el invierno, entonces, cuando todavía había inviernos. 

En la casa de Antonio y Liduvina, pongamos que se llamaban así aunque en realidad no me acuerdo, la cocina estaba en el primer piso que era el habitable. En todos los cuartos que a lo sumo eran tres, no había puerta ni ventana que cerrara, digamos, de una forma eficaz, en todo su perímetro, siempre faltaba un trozo o no ajustaba o el cristal se había roto y con suerte habían cubierto el vano con un trozo de cartón. Los aires se colaban con sinuosos silbidos por los entresijos de aquellos puzzles. Como experta científica, visitadora con estudios yo les decía que no era conveniente que tuvieran calefacción de estufa de butano, que mejor lo primero arreglaban tanta raja y desajuste. Él me miraba y se reía, ella se encogía de hombros: tendrá que ser así, decía.

Años más tarde, en el siguiente milenio, me enteré de casualidad que un sobrino les había arreglado la cocina, alicatando hasta el techo y poniendo la ventana y puerta nuevas. Aquél invierno, una noche de diciembre, apenas pudo la Lidu llamar a urgencias, se les encontraron a los dos intoxicados por monóxido, Antonio no lo resistió. 

Como digo, la eficacia puede ser peligrosa. Mientras tanto, Maite, creo que tuvo dos hijos con el promesa.


miércoles, 12 de agosto de 2020

Blue goat 19

 Eran las tres y media de la tarde, había tenido la infeliz idea de dar un paseíto al perro y tomar un aperitivo en una taberna griega en el barrio de Oberkassel, en el este de Düsseldorf, volvía de semejante hazaña buscando la sombra aunque tuviera que dar vueltas. 

Al atravesar un parque, el aire detenido y espeso, vi un grupo de cuervos inmóviles –los hermosos cuervos alemanes--, como esos que ponen en las esquinas de los balcones para espantar a las palomas. Estos estaban sobre la hierba, aún verde en ese rincón, inmóviles y con los picos abiertos a lo que daba el pico. Sobreviviendo. 

Ni ellos ni yo estamos acostumbrados a estos extremos climáticos, los nativos mientras tanto continúan impertérritos pedaleando o haciendo footing, como sí no pasara nada las madres sacan a sus hijitos al parque. Las criaturas se desgañitan en llanto según se fríen. El sol es tan intenso –aquí la capa de ozono es menos densa—que los tomates sufren quemaduras antes de madurar y hay que protegerlos con más celo que en Castilla. 


Conseguí llegar hasta la casa sin desmayarme, me metí en una bañera de agua fría y agradecí aquél refrigerio como aquél oso blanco que teníamos en el Retiro bajo la cortina continúa de una ducha de agua helada. Pobre oso.


viernes, 7 de agosto de 2020

blue goat 18

Siempre, en el verano he huído hacia el norte. Cuando, de esta manera, te asegurabas una noche dormible. Ya fuera Asturias o el húmedo Londres. Unos años más tarde, con más posibles, elegía cruzar el mar del Norte en barco de vela o un fiordo a pie, el caso era disfrutar de la racha de llovizna que los días de julio o agosto propinan en terrenos septentrionales, azuleando las tardes, añorado el abrigo y la sopa caliente. ¡Qué gusto la noche salada en el barco varado frente a las costas de Jutlandia!

Ahora me encuentro que no hay descanso, que se han subido los grados y los sudores más allá del paralelo de Amsterdam. También las gentes --parece Tánger en las calles de Düsseldorf--, hay limoneros en los pequeños jardines alrededor de los árboles, empiezan a cubrir las ventanas con toldos y otros parapetos. Se agradece la sombra y el helado de zitrone. 
Más allá del paralelo y más allá del límite, ¿qué podríamos hacer por revertirlo?