sábado, 22 de agosto de 2020

Blue Goat 22

 La tarde de tan pesada y caliente me ha empujado a la orilla del río. Me tumbo en una de las playas de arena que la corriente forma, frente a mí una bandada de gansos canadienses que también deben andar amodorrados porque apenas se han movido con mi presencia, buscan refugio en una pequeña loma cubierta de verde, como sí temieran una crecida de las erizadas aguas, hoy verde grises con tremor de tormenta.

Así tumbada, recuerdo cuando estuvimos paseando por los senderos sencillos de los Alpes austríacos. Me llamó la atención la falta de mosquitos, también de lagartijas, u otro ofidio o reptil del que al menos se sospechara en un sonido de algo escondido en la hojarasca. Tampoco había pájaros o aves. Alguna mariposa, alguna mosca; creo recordar que fotografié a una araña. El motivo de esta desaparición de seres lo ignoro, aunque constato que cada año percibo su decrecimiento, claro, no tan acusado como en aquél paseo por un parque natural en un paraje casi virgen. Me extrañó, ¿serían los insecticidas?, ¿el cambio de clima? 


Los seres pequeños alimentan a los más grandes, por ello, a la ausencia de mosquitos justifiqué la ausencia de aves y lagartos. Van desapareciendo piezas del puzzle magnífico que ha conformado el alrededor de mi vida. ¿Y los mosquitos, a quién se comerían? Seguramente a seres más reducidos, a amebas, plasmodios, bacterias…Todo como un engranaje en el que ahora falta la pieza mosquito, desaparecen los devoradores y con toda probabilidad se multipliquen los devorados.

Las primeras gotas me obligan a levantarme del discurrir de la siesta ¡Qué ahora, en estas latitudes, se preparan unas lluvias monzónicas que te calan en un santiamén!


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