El larguísimo atardecer del Septentrión regalaba minutos de luz bajo la aspas de los modernos "gigantes" que con parsimonia constante giran sus cuatro brazos en el paisaje bien definido del campo belga, pulcritud de los colores aún al poniente. Como en un cuento de revista ecológica conduciendo el coche híbrido, arropada por los círculos de las aspas blancas. Una piensa mientras tanto en el buen nivel de vida de la región que atraviesa, en Moulinsart y el capitán Haddochk, en Milú...
Lo imposible se hace posible en el impulso de la decisión tomada sin titubeos, en la claridad de un propósito.
Una se lanza al viaje que siempre pudiera tener ese riesgo de precipicio abierto aunque improbable, una confía. También hay riesgos en las aceras cotidianas, en el ir y venir de los mercadeos habituales, en la respiración junto a desconocidos, en emprender estudios sin aplicación crematística, en los versos, en el llanto de un bebé...
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