Aproveché los infinitos quilometros para hacer el rodaje del coche. El anterior había sido un Fíat, su mecánica me había encantado: rápido, silencioso, adaptado a los caminos que solía frecuentar... Así que en el siguiente me incline de nuevo por el hacer italiano. Al fin, fueron de los primeros en construir autómatas capaces de jugar al ajedrez y también capaces de convertir un muñeco de madera en un ser con sentimientos. Creo que gozan de la capacidad mágica de dar vida, o al menos, personalidad a lo mecánico.
Cruzaba los quilómetros siguiendo las instrucciones del ordenador de a bordo que conseguían una conducción cómoda y un ahorro importante de gasolina. Según mis cálculos estaba consumiendo unos cuatro litros cada cien quilómetros, con una velocidad media de unos ciento diez. En estos momentos de la historia del planeta, esto, la reducción de la contaminación es el tema que más me ocupa. Claro que se podría argumentar que más se ahorra no yendo a parte alguna. Más se ahorra muriendo, por supuesto, aunque eso significa estar fuera del juego. Así que, vivir y no contaminar (al menos, poco), esa sería la premisa. Como decían los clásicos: "Primum non nocere"
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