Llevamos tiempo manejando piedras como herramientas, de hecho nuestros primos cercanos en la filogenia también las utilizan. Por lo que cabe deducir que este asunto del darle a la piedra, común con chimpancés y otros primates, viene de muy largo, de antes de que nuestras ramas se separaran --y no me refiero a las de los árboles. O sea , cabría hablar de al menos unos seis millones de años. Seguramente la mitad de ese tiempo usáramos la piedra tal cual o como mucho escogiendo la que tuviera la forma adecuada para la realización de nuestros propósitos. Claro que a base de darle golpes, para, por ejemplo, chascar nueces, observáramos que de allí salían esquirlas de diferentes tamaños, y que estas, a menudo, presentaban bordes afilados con los que, seguro, más de una vez nos heriríamos los dedos. Sí cortaba nuestra piel, también podía cortar la del vecino, o las espigas de cereal primitivo, o los mimbres con los que conseguíamos termitas.
Así, se fueron probando utilidades, coleccionando buenas piedras y advirtiendo que, pasado un tiempo, perdían su filo. ¿Cuanto tiempo tardaría la hominida en fabricar el filo por si misma, sin esperar a que el azar se lo suministrara? A lo mejor, ¿dos millones de años?
Empezó chascando un lado del canto rodado que abundaba en el río; quizá en medio millón de años más, fuera capaz de esculpir bifaces, cada vez más sofisticados y de mayor tamaño y al fin se animo a pulir aquellas joyitas. A hacerles agujeros... ¡cuidado!, estaba a punto de descubrir la rueda.
Blue Goat me llevó hasta Externsteine, allí, en uno de sus bosques encontré un bifaz --de hace unos doce mil años-- aún presentaba algo de filo en sus bordes cuidadosamente tallados, envuelto por un resto carbónico quemado por el fuego, quizá de una batalla o de una barbacoa
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